Ahora que estamos en Julio de 2009, ha pasado ya un año, para unas tristes bodas de plata que los
ubetenses no quisimos celebrar. El próximo sábado, día 18 de Julio, del presente año, la futura Basílica de Santa María de los Reales Alcázares llevara 26 años cerrada al culto.
Coma ya dije, en otras entradas del presente blog, Santa María, como edificio religioso; es lugar de acogida, de culto. Para eso se hizo. Y para rezar y alabar a Dios. Pero este templo es lugar extraordinario para la reflexión y contemplación. Eran muchos los ubetenses que en el silencio de una tarde entraban en Santa María; atajaban los claustros, lugar de paz y tranquilidad donde el trinar de los pájaros no cesaba. Cuando se adentraban a la enorme Iglesia, se estimaba una sensación de frío, se respiraba cera por doquier, el murmullo de los devotos se perdía por el enorme espacio, en un repiqueteo de ecos, figurando sonidos envolventes que no se podían traducir pero que tenían el mismo destino..., donde muchos ubetenses se sentaban en la penumbra de sus bancos y, en silencio, han sentido ese temor sagrado que produce la aproximación del hombre a lo divino, a la vez que han experimentado la cercanía del Dios, Padre y Amigo. Una iglesia con un enorme valor espiritual, sentimental y cultural. Reina de las tradiciones folklóricas y religiosas de la ciudad de los Cerros.
No puede olvidarse para la memoria de una
Ciudad, todo lo que ha rodeado, distinguido y acontecido esta Iglesia de los Reales Alcázares. Un monumento que hoy, actualmente, se distingue por el paso del tiempo con sus puertas cerradas.
En la primera foto, que acompañaba esta entrada del blog, realizada a inicios de la década de 1980, por la editorial Escudo de Oro; observamos, los frescos de la cúpula central, los desaparecidos elementos barrocos, los vencidos pilares y arcadas mudéjares…,el suelo de losas de piedra desgastado por el pasar de sus visitantes…, la milagrosa y antiquísima imagen del Cristo de los Cuatro Clavos…, la hermosa reja y portada flamígera del panteón familiar de los Becerra…, la capilla de Jesús Nazareno…, el espacio era ocupado por grandes hileras de bancos invitándonos a la meditación y a la plegaría…, se notaba el suave sosiego de la paz que se respira en los espacios místicos…, un semillero de fe y esperanza…,
El edificio se encontraba en unas condiciones de ruina con peligro inminente de su integridad, motivadas fundamentalmente por una cimentación sobre terrenos de relleno, una fábrica realizada con materiales de baja calidad y en general de ejecución deficiente, agudizado por una serie de reparaciones y actuaciones realizadas a lo largo de la historia que agravaron paulatinamente el estado general del edificio. La complejidad de las obras que se llevan a cabo han obligado a que la iglesia aún permanezca cerrada al culto, desde Julio de 1983.
El 14 de Febrero de 2006, dio por finalizada la cuarta fase de restauración. Obras de restauración y consolidación que viene soportando la iglesia mayor de Úbeda desde 1986. Que ciertos sectores de la población lo han catalogado como polémicos, debido a que cuando se proceda a su apertura,
no volverá ser lo que era. Esta cuarta fase, que comenzó el pasado 27 de Octubre de 2004; ha consistido en lo siguiente, impermeabilización de las cubiertas de las naves laterales y central; y en la
reconstrucción de todo lo que es el maderamen de cubierta, tanto en la nave central con una armadura de faldones y lacerías (inspirado en el de Santo Domingo), en los laterales con artesonados, y en las naves extremas con colgadizos.
Después de casi tres años de paralización, el pasado mes de
Diciembre de 2008[1], al fin dieron comienzo las obras de la
quinta y última fase de rehabilitación que falta aún por hacer, para que se pueda abrir al público tan querida iglesia ubetense. Dicha fase se pronostica que durará 32 meses, y si comenzaron en el citado mes, para el mes de Agosto del año 2011, terminarían y pasarían meses para disponer
[2] la iglesia para el culto. Entonces en el año 2012, sería la posible fecha de apertura al culto, de Santa María de Úbeda. Veintinueve años después de su cierre.
Aún así, sigue cerrada, tras más de veinticinco años, no podemos seguir callados. Santa María ha de ponerse ya en valor, tanto cultural como espiritual. Santa María es nada menos que la Iglesia Mayor de Úbeda con el futuro título de
Basílica. Santa María, por todo no debe quedar en el olvido. Así que hemos de pedir su pronta apertura. Es una petición justa, ya que no debemos de seguir dando lugar a que los mayores que aún vive, desaparezcan sin verla abierta, y mucho menos que los jóvenes nos acostumbremos a verla cerrada. Duele mucho, que muchos turistas que visitan la Úbeda Patrimonio de la Humanidad; sigan sin poder disfrutar de una Iglesia que era y es la historia de toda una ciudad, de conquistas y de asentamiento cristiano.
Por último quiero conmemorar lo que
Antonio Muñoz Molina dice acerca de la ubetense iglesia de Santa María; en su novela "Sefarad":
"…En el recinto elevado del Alcázar, casi inaccesible desde las laderas del sur y del este, estuvo primero la mezquita mayor y luego, sobre su mismo solar, la iglesia de Santa María, que aún existe, aunque lleva cerrada muchos años por obras de restauración que nunca terminan. Tiene o tenía un claustro gótico, lo único de verdad antiguo y valioso del edificio, que ha sido restaurado sin demasiado miramiento muchas veces, sobre todo en el siglo XIX, cuando se le añadió, hacia 1880, una portada confusa y vulgar, y un par de campanarios sin ningún interés. Pero el tañido de sus campanas yo sabía distinguirlo de cualquier otro de los que se oían en la ciudad a la caída de la tarde, porque eran las campanas de nuestra parroquia, y también sabía cuándo doblaban a muerto y cuándo a misa de difuntos, y reconocía los domingos, a mediodía y al atardecer, el repique caudaloso que anunciaba la misa mayor. Otras campanas casi igual de próximas tenían un sonido mucho más grave y de bronce solemne, las de la iglesia del Salvador, o más agudo y diáfano, y entonces eran las del convento de las monjas, que estaban en un torreón como de fortaleza, tan hosco como el edificio entero, con su portón siempre cerrado y sus altas tapias de piedra oscurecida de líquenes y musgo, porque les daba siempre la sombra fría del norte…"
"…Me acuerdo de las grandes losas desiguales del claustro de Santa María, algunas de las cuales eran lápidas con nombres de muertos muy antiguos tallados en la piedra, casi borrados por el paso de los siglos y las pisadas de la gente, y de un jardín al que se abrían sus arcos ojivales y en el que había un laurel tan alto que la vista de un niño se perdía hacia arriba sin vislumbrar su final. En el jardín umbrío por la sombra gigante del laurel y lleno de helechos y maleza había siempre, incluso en verano, un olor muy poderoso a vegetación y tierra húmeda, y resonaba el escándalo de los pájaros que anidaban en su espesura, los largos silbidos de las golondrinas y de los vencejos en las tardes demoradas del verano. Desde muy lejos se distinguía el gran chorro verde oscuro del laurel, como un géiser de vegetación que ascendía más alto que los campanarios de la iglesia y los tejados del barrio, y que oscilaba en las tardes de vendaval. Cuando yo era muy niño y entraba en el claustro de Santa María de la mano de mi madre me daba vértigo asomarme al jardín para ver el laurel, y siempre notaba el frío húmedo de la tierra y la piedra y me ensordecía el fragor de los pájaros, que levantaban de golpe el vuelo cuando redoblaban las campanas…”
“…Yo estaba seguro de que el laurel llegaba al cielo, como la mata de habichuelas mágicas en aquel cuento que me contaban las mujeres de mi casa, y que muchos años después yo leía a mi hijo mayor, siempre ansioso de historias cuando se iba a la cama, desde que tenía dos o tres años, ya impaciente cuando anticipaba que el cuanto iba a acabarse, pidiéndome que durara todavía un poco más, que le leyera o le contara otro, mejor aún, que lo inventara a su gusto, dando a los personajes los rasgos de carácter y los poderes mágicos que a él le apetecían, poniéndoles nombres que él debía aprobar. Leyendo el cuento junto a la cabecera de la cama de mi hijo imaginaba a su pequeño héroe subiendo hacia el cielo y emergiendo al otro lado de las nubes por las ramas de aquel laurel prodigioso de Santa María, igual que lo había imaginado cuando era niño y el cuento me lo contaban a mí. Si miraba muy fijo hacia arriba, aunque no hubiera viento, el laurel tenía una ligera oscilación, más inquietante porque apenas era perceptible. Cuando un viento fuerte lo agitaba el ruido de sus hojas tenía una fuerza como la de la resaca del mar, que yo no había escuchado nunca, salvo en las películas, o cuando me acercaban una caracola al oído y me decían que aún sonaba en ella un eco del mar del que la habían traído. A la iglesia de Santa María me acuerdo que iba todas las tardes, en el verano de mis doce años, a rezarle unas cuantas avemarías a la Virgen de Guadalupe, la patrona de mi ciudad, a la que yo le pedía que intercediera por mí para que me aprobaran la gimnasia en septiembre, porque en los exámenes de junio había suspendido de manera humillante, aunque no injustificada. No se me daba bien ningún deporte, no era capaz de subir una cuerda o saltar un potro y ni siquiera sabía dar una voltereta. Había ido creciendo en mí un sentimiento de exclusión que se acentuaba amargamente con la pérdida de las confortables certezas de la niñez y las primeras turbiedades y temores del tránsito a la adolescencia…”
..."…He vuelto a la ciudad y ya estoy despidiéndome de ella. Quiero atesorar cada lugar, cada minuto de esa tarde última, el rojo del ladrillo de esas calles recónditas, el olor de las flores moradas de las glicinias, el de los pequeños jardines selváticos que hay a veces detrás de una tapia de madera, entre dos edificios, y en los que hay una umbría húmeda y una espesura de vegetación que me trae el recuerdo del jardín de la iglesia de Santa María en las tardes de mucha lluvia, cuando el agua se derramaba de las gárgolas entre los arcos del claustro y resonaba en el interior de las bóvedas…"