miércoles, 11 de mayo de 2011

SANTA MARÍA DE LOS REALES ALCÁZARES



Bello Aspecto del Interior de Santa María, con culto. Foto 1 de Juan Á. L. Barrionuevo. Foto 2 de Manuel Fonfría Vizcaino.



Es uno de los templos ubetenses que más transformaciones y reconstrucciones ha sufrido. No hay por consiguiente en él unidad arquitectónica. Templo sedimentario —lo definiríamos— en el que diferentes estratos artísticos se superponen, se mixtifican y se agregan en heterogéneas asociaciones. Templo “romántico” —diríamos también— cuya morfología ha sido repetidas veces dislocada por la acción del tiempo, rota cualquier moderación. Cada época histórica confiere a Santa María su clamor inconexo y declina su modalidad desconectada. A la entrada del claustro, unos capiteles románicos pugnan por esgrimir su grito antiguo, aplastado: su grito apasionado por la balumba masiva de sucesivos, reiterados, ímpetus innovadores. Triunfa en el claustro la vigencia de un gótico ambientado de sutiles melancolías, de añoranzas que cuajan en serenidades. Y en el interior, en vano trata de imponer su autoridad la hegemonía renacentista; todo aparece como una ingobernable democracia artística (?), perdido cualquier equilibrio compensatorio. Los arcos de las naves se curvan en indecisas preferencias entre la ojiva y el medio punto, para quedarse, al fin, en indisciplinadas, “independientes” estructuraciones. El gótico florido, el plateresco, el puro clasicismo, y hasta el impuro barroco alguna vez, parlamentan —no sin vociferaciones— en el sacro recinto. A estas voces artísticamente autorizadas se unen —hay que confesarlo— intrusas resonancias de un “stajanovismo” apresurado, que nada tienen que ver con ningún estilo; son fruto de las restauraciones parciales hechas en este templo, después de la guerra civil.


Pero, en conjunto, una nota meritísima tiene nuestra Iglesia Mayor: la originalidad. Si resulta extraña, en sus detalles acusa sin embargo, a cada paso, un destello curioso de novedad; nunca, o rara vez, una vulgaridad. Tal virtud, excusa muchos posibles defectos.


Es, en fin, Santa María, un templo “a posteriori”, un templo que ha resultado. Porque sus construcciones y reedificaciones, parecen haber renunciado, de antemano, a todo supuesto previo, a todo parentesco y a toda continuidad. ¿Cuántos obispos reformadores han dejado su huella en este templo? Nombres y fechas en los muros, en las puertas, en las bóvedas de la antigua Colegiata; nombres y fechas correspondientes a otras tantas restauraciones, supresiones, derribos, erecciones, enmiendas. Aquí, la huella del canónigo Becerra, allá la del Obispo Dávila, enfrente la del beneficiado Sagredo... Acá, las armas del prelado Mendoza; arriba el escudo de Suárez de la Fuente del Sauce...


(De BIOGRAFÍA DE ÚBEDA)

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