miércoles, 27 de junio de 2012

MEZQUITAS CONVERTIDAS EN IGLESIAS. EL MUEZZÍN Y LAS CAMPANAS

Una de las campanas de los campanarios de Santa María. Foto Diego Godoy.
Todas las mezquitas ubetenses, después de la conquista, quedaron convertidas en templos cristianos. Las campanas sustituyeron al muezzín. A la voz lastimera y árida que desde los alminares invitaba a una oración desolada –oración entre la arena–, sucedió la clara invitación jugosa, armónica, de los bronces. Las campanas ungieron pronto de un misticismo poético el ambiente de Úbeda. Hay dos misticismos: el puramente metafísico y el cordialmente poético. El primero suele perderse en descarnadas elucubraciones sutiles, si no le asiste, si no contribuye a alimentarle, una vía lírica. La liturgia católica –con su repertorio de músicas, ritos, ornamentaciones, brocados y oros– abre cauces accesibles a estos anhelos nuestros de divinidad; anhelos que, de otra forma, en lo que al hombre vulgar se refiere, podían estancar en marismas nostálgicas, en nirvanas desalentados. Y las campanas, precisamente, aportan una contribución generosa a la Liturgia. Ellas lubrican con piedad las mañanas. Y en los atardeceres, salmodian el desmayo del día mientras se desangra el ocaso o cuando una angustia de niebla invernal cierra todos los horizontes. Siempre las campanas elevan su clamor alto, incontaminado, como una esperanza.

La insensibilidad –por usar de un eufemismo piadoso– de unos hombres, acabó, en 1936, con las campanas de Úbeda. Era un inefable concierto polifónico el de las campanas de Santa María de los Reales Alcázares, a las que hacía contrapunto la bronca solemnidad de las del Salvador, en los días de fiesta grande. Y en el centro de la ciudad, en la Plaza de Toledo, las de la Trinidad, jubilosas, alboratadoras, cantarinas, conmovían el sosiego apático de estos nuestros “hombres de la Plaza” que, de sol a sol, meros espectadores del tiempo que pasa, consumían sus horas de paro resignado.

Las campanas de ahora, instaladas después de la guerra para sustituir a las antiguas, carecen aún de personalidad evocadora. De “las de antes”, sólo queda, probablemente, una que perteneció a la iglesia de Santo Domingo de Silos y que actualmente “oficia” en una de las espadañas de Santa María.

Con las campanas, ¡ay!, desaparecieron, o fueron destruidos en ominosa profanación, incalculables tesoros de toda índole, de los templos.
(De BIOGRAFÍA DE ÚBEDA)