Dos detalles del Claustro. Foto 1 de Juan Á. L. Barrionuevo. Foto 2 de Manuel Fonfría Vizcaíno.
Atravesado el atrio del templo nos encontramos con el claustro gótico que mandó edificar en 1512 el canónigo D. Pedro Becerra; él sufragó parte de los gastos. Como se han observado en los pilares que sostienen a los arcos ojivales de este claustro reminiscencias de arquitectura más antiguas —románicas principalmente—, se supone que ya existía el mismo con anterioridad a la obra de Becerra, que le dio su conformación actual. Rodea el claustro a un patio que perteneció a la desaparecida Aljama. Este conjunto, es de gran belleza.
Verdaderos remansos de paz estos claustros de las iglesias catedrales o colegiales, cuya densidad histórica y artística, impermeable a cualquier sugestión frívola, envuelve el pensamiento en un nimbo amoroso. Más que el mérito arquitectónico en sí mismo, son el ambiente sedante, el silencio, la presencia mística de los cipreses —a cuya sugestión viene a unirse muchas veces la difusa, tremente, armonía del órgano cercano—, quienes prestan a este recinto su natural, no estudiado encanto, haciendo de él un “sitio real del espíritu”, sede de la meditación. Pocos “climas” así, pueden invitar, con una serenidad, a la descentrada o atormentada psicología “depaysé” de los hombres heridos de nostalgia, tocados de infinito. “Azorín” —tan obseso del tiempo— hubiera escrito un maravillo artículo acogido a la umbrosidad del claustro de Santa María, en los atardeceres estivales concordados de “Ángelus” y de golondrinas...
(De BIOGRAFÍA DE ÚBEDA)
(De BIOGRAFÍA DE ÚBEDA)
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