sábado, 15 de agosto de 2009

SANTA MARÍA DE ÚBEDA, IMAGINERÍA RELIGIOSA PARTE II

Capilla e Imagen del Cristo de los Toreros En Santa María de los Reales Alcázares (Fotos de José Manuel Almansa). Ecce Homo bajo el título del Cristo de los Toreros, realizada en piedra policromada, obra del siglo XVIII, procedente del desaparecido Convento de San Juan de Dios.

Ecce Homo (frase latina que se traduce: este es el hombre o he aquí el hombre).


San Mateo señala en su Evangelio este momento de la Pasión cuando los sacerdotes y los ancianos persuadieron a la muchedumbre que pidieran a Barrabás e hicieran perecer a Jesús. San Lucas insiste en la presentación de Jesús ante el pueblo: “Y el pueblo a grandes voces, instaba pidiendo que fuese crucificado”. San Juan y San Marcos traen a colación el mismo pasaje, repitiendo prácticamente los mismos términos de los otros dos evangelistas.

El título de Ecce Homo se aplica casi siempre a la imagen de Jesús, a menudo en relieve o de busto (José de Mora y Pedro de Mena, en Granada, crean un tipo de Ecce Homo de busto completo, de excelente originalidad), con manto de púrpura y caña entre los brazos cruzando el pecho. Igualmente este pasaje pasionista se le denomina en diversos lugares de Andalucía “Jesús de la Sentencia”, por la que pronunció Pilatos tras el simulacro de juicio a Cristo.

Sin embargo, son escasas las tallas antiguas que con esta denominación se veneran en España. Así, por ejemplo, en Castilla la Vieja existe en Valladolid con el nombre de Ecce Homo una talla vestida con túnica blanca, manto púrpura y caña entre los brazos cruzando el pecho y sentada con corona de espinas. La imagen que se debe a Gregorio Fernández, se venera en la Penitencial de la Vera Cruz, popularmente conocida como “El Cristo de la Caña” o “de los Artilleros”. En Andalucía, en cambio, casi todas las esculturas de esta devoción se encuentran en su sector oriental, concretamente en Granada, como ocurre con los Ecce Homos ya citados de José de Mora y Pedro de Mena, a los que hay que añadir los relieves o bustos ejecutados por los hermanos García o José Risueño, cubriendo así dos siglos de escultura, el XVII y el XVIII. Habría que resaltar entre todos ellos al Cristo de la Sentencia, de José de Mora, que se venera en la iglesia parroquial de San Pedro de Granada; y el Ecce Homo, atribuido a Alonso Cano, en la parroquia de la villa aragonesa de Longares. Otra escultura digna de mencionar es el Ecce Homo en piedra del siglo XVI, atribuida a Andrés de Vandelvira y que se conserva en la Santa Iglesia Catedral de Jaén.

En la vecina Baeza hallamos varias imágenes con este título: dos bustos (de propiedad particular; uno de escayola y otro de barro) y una imagen de talla completa, en la iglesia de El Salvador, en su altar Mayor, con el título de “La Humildad” Este Cristo pertenece desde el siglo XVII a una cofradía de penitencia que tuvo sede, con capilla propia, en el desaparecido convento de San Francisco. Tras la ruina completa del templo en el XIX, la hermandad con su imagen pasan a la parroquial de El Salvador. Efectivamente, la hermandad tenía por título hasta el siglo XVIII, el de “Humildad de Jesús”. Se trata, el Cristo de la Humildad, de una hermosa talla que puede encajar dentro de los cánones manieristas de la segunda mitad del siglo XVI. El conjunto es muy armonioso, pero denota claros recursos efectistas como la inclinación del busto hacia el lado derecho y el avance de la pierna izquierda. Ese manierismo se manifiesta también en la estrechez de la cintura que contrasta con una anatomía muscular en exceso desarrollada, sobre todo en las piernas, los brazos y los músculos deltoides y gran dorsal. La policromía es excelente y el paño de pureza anuncia, dentro de su estructura clásica, un paso hacia el Barroco, como sucede con el nudo. La imagen se halla en pie, con las manos cruzadas sobre el lado izquierdo, el rostro inclinado hacia la derecha. Humillación y humildad al mismo tiempo; de rostro muy expresivo.

También este Ecce Homo lleva manto de púrpura, pero sólo en la estación de penitencia; pieza, ésta, de gran valor artístico, de terciopelo de Lyon, bordado en hilo de oro, del siglo XIX. Poseyó otros varios.

Este Cristo de la Humildad posee cierto parecido con Nuestro Padre Jesús de la Paciencia, de la iglesia de San Matías, en Granada, atribuido a Pablo de Rojas, puesto que la composición de las extremidades inferiores y del torso, la policromía, el paño de pureza y la expresión del rostro recuerdan a la obra baezana. Igualmente, y sólo por su valor anecdótico, cabe la mención de un Ecce Homo, en capilla de reducidas dimensiones, a espaldas de la iglesia de Santa María Abacial de Alcalá la Real.

En Úbeda citaremos varías: en primer lugar un busto de Ecce Homo atribuido a Miguel Ángel. Regalo del Emperador Carlos V a don Francisco de los Cobos. Terracota policromada del siglo XVI, depositada en la Sacra Capilla del Salvador, fue destruida en 1936. En la misma iglesia se hallaba otro Ecce Homo, bajo el título del Cristo de la Caña, realizada en el XVIII fue destruida en 1936. La misma suerte tuvo la imagen del Señor de la Humildad, imagen de larga cabellera realizada en el siglo XVI y de autor desconocido. Esta talla pertenecía a la Real Cofradía de la Humildad, desde el siglo XVI se veneraba en la iglesia de San Millán y en 1913 tras la fundación de la Hermandad pasó a ser venerada a la iglesia de San Pablo. En la sacristía del Hospital de Santiago hay un Ecce Homo realizada en el XVI, con pintura mural al fresco por Rosales y Rajéis. En Santa María de los Reales Alcázares, hallamos otro Ecce Homo bajo el título del Cristo de los Toreros. Esta imagen en piedra policromada del siglo XVIII, procede del desaparecido Convento de San Juan de Dios.

SANTA MARÍA DE ÚBEDA, IMAGINERÍA RELIGIOSA PARTE I

Camino al Monte Calvario.

El Nazareno, así se denomina en Andalucía a la imagen procesional de Jesús con la Cruz a cuestas camino del Calvario. Los evangelistas han dejado dos versiones diferentes de este tema iconográfico. Según san Juan (19, 17), Cristo cargó con la cruz y, sin ayuda de nadie; la subió hasta el calvario. Para el resto de los canónicos (Mateo 27, 32; Marcos, 15, 21, y Lucas, 23, 26) un hombre que regresaba del campo y pasaba por aquel momento por la calle de la Amargura, llamado Simón de Cirene, fue obligado por los soldados romanos para que ayudase a Jesús a llevar la cruz hasta el lugar del suplicio.


Este momento pasionista se concentra en tres aspectos escultóricos: el Nazareno solo (en pie y con la cruz a cuestas); el de Cristo caído bajo el peso de la cruz; y el de Jesús con la cruz a cuestas, pero ayudado por el Cirineo.


A estas representaciones habría que añadir otras dos figuras (algunas de ellas con reflejo en castilla, Región murciana y Andalucía Occidental). Tanto los Evangelios apócrifos, como la puesta en escena del teatro de los Misterios han sugerido numerosas adiciones al tema inicial. La más popular y en Jaén además la más significativa –no en balde es la ciudad del Santo Rostro- es el “Encuentro de Jesús con la Verónica”, una santa imaginaria que, compadecida con los sufrimientos de Cristo, seca con un velo el sudor de su frente. Como recompensa a este gesto piadoso, el Santo Rostro quedaría grabado en el paño de esta mujer. Y de este “verdadero rostro” (vera icona) se derivó el nombre Verónica. A esta mujer se le identifica con Marcela.


Mujeres y el relativo a la Verónica. Así tenemos: el paso procesional de Cristo Caído, del escultor Pedro de la Cuadra, acompañado por sayones y las magníficas tallas de la Verónica y Cirineo obra de Gregorio Fernández. Las mencionadas tallas se encuentran en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid. Mencionamos también la magnifica imagen de Jesús Caído de Salcillo que se encuentra en la iglesia de Jesús de Murcia. Por último, sin olvidar el grupo procesional de Cristo y las santas Mujeres de Jerusalén, tallas de autor anónimo, pero excelentes, de la iglesia de la antigua Universidad de Sevilla.


Sería excesivamente aburrido enumerar las imágenes más destacadas en Andalucía sobre este tema en sus más significativas representaciones. Sin embargo, en un estudio relativo a la Pasión de Cristo es imprescindible citar algunas de ellas; las obras cumbres de Montañés y Juan de Mesa: Jesús de la Pasión y Jesús del Gran Poder (en las iglesias sevillanas del Salvador y el Gran Poder); el Señor de las Penas, en San Vicente de Sevilla, el Señor de la Tercera Caída de Ruiz Gijón en San Isidoro de Sevilla, el Nazareno de la amargura en la Catedral granadina, de José de Mora. Sin olvidar en nuestra provincia el Jesús Caído de las Agustinas Recoletas de la Magdalena de Baeza. Esta monumental talla se atribuye su paternidad desde José de Mora hasta José Risueño; y a Nuestro Padre Jesús el Abuelo de Jaén, atribuido a Sebastián de Solís.

Salida de Jesús Nazareno "El Paso", De la Puerta Virgen de la Consolada. Foto Lechuga.



En Santa María de los Reales Alcázares se guarda la imagen titular de la cofradía de Jesús Nazareno fundada en 1577; sustituye a la primitiva talla conocida como El Señor de las Aguas. La actual imagen es ejecutada en 1940, por nuestro comprovinciano Jacinto Higueras, en madera policromada y a tamaño natural. Se estrecha a la iconografía más tradicional, aunque alejado en su resolución de todo dramatismo. Siendo talla completa procesiona vestido, dotado de un aire clásico y sereno[1]. Esta cofradía posee dos pasos más, la Dolorosa y San Juan Evangelista y Santa Marcela o Verónica con el Santo Vero.

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Jesús de la Caída. La actual imagen sustituye a la monumental talla que fue destruida en la pasada guerra civil. Es realizada en 1942 por el escultor valenciano Mariano Gil de Benlliure. Foto Diego Godoy Cejudo.





También en Santa María de los Reales Alcázares[2] se guarda la imagen titular de la cofradía de Jesús de la Caída. La actual imagen sustituye a la monumental talla que fue destruida en la pasada guerra civil. Es realizada en 1942 por el escultor valenciano Mariano Gil de Benlliure[3]. No de la satisfacción de los ubetenses, se aleja de las usuales representaciones doloridas de Cristo, casi desmayado, el artista realizó una imagen vigorosa y muy realista, representando el momento en que Jesús intenta levantarse del suelo.





En el Museo de San Juan de la Cruz se guarda una diminuta imagen de Cristo Caído, atribuida a José de Mora. Y por último en la parroquia de San Nicolás de Bari, se guarda un devocional Cristo Caído[4]. También existió en la iglesia de las Carmelitas Descalzas, otra imagen de Jesús Caído, con la advocación de Dulce Jesús, Nazareno o Señor de la Espina, al cual se le hacia novena y fiesta final pagada por el Ayuntamiento...


Notas:
[1] En el Museo de Jacinto Higueras de Santisteban del Puerto, se guarda un boceto en barro de la cabeza de la imagen de Jesús Nazareno de Úbeda.
[2] Tanto las imágenes de Jesús Nazareno como la del Cristo Caído; se veneran desde 1983 en templos diferentes con motivo de las interminables obras de Santa María.
[3] Ramón Martos afirma sobre esta imagen: <>
[4] El 11 de Abril de 1970, la parroquia de San Nicolás de Bari, hace donación a la Cofradía del Cristo de la Clemencia, de un San Juan Evangelista que se veneraba en la iglesia, a cambio de un Cristo Caído. Esta imagen de San Juan, se vestía de Ángel, para la procesión de los Domingo de Resurrección.

miércoles, 12 de agosto de 2009

SANTA MARÍA DE ÚBEDA… EN EL RECUERDO

Atravesando el largo y bello claustro gótico, mientras se deleitaba con el florido y enrejado jardín, de verdes y enhiestos árboles, y acariciaba sus tímpanos con el dulce trinar de los pájaros y el bullicioso revolotear de la golondrina en aquella temprana y azulada mañana estival. Foto Antigua de José Luis Latorre Bonachera.


Publicado en IBIUT –Año XVI Núm. 91.
Antonio del Castillo Vico.
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En un atardecer, sereno y sosegado, cuando el crepúsculo va diluyendo las pálidas tonalidades doradas de nuestras piedras venerables, me hallaba paseando por la incomparable Plaza Vázquez de Molina de mi amada ciudad ubetense.

Me detuve ante la regia fachada de la enmudecida y desolada Iglesia Mayor Parroquial de Santa María de los Reales Alcázares.

Mi vista fue recreándose por la majestuosa y antigua colegiata, desde la basa de sus columnas apenadas hasta las estilizadas y afligidas espadañas, por las que se escapaban suspiros de nostalgia y de melancolía.

De repente, todo mi ser se convulsionó al tiempo que mis pupilas se dilataban contemplando cómo se abría, lentamente, una de las vetustas puertas del apesadumbrado templo.

Un hombre de edad avanzada, de andar pausado y mirada bondadosa… aquel hombre sacristán de por vida en la Iglesia de sus amores, levantó la mano e hizo el ademán preciso invitándome a que pasara al interior del recinto sagrado.

Un tanto desconcertado, casi como un autómata, traspasé el cancel y me topé con la imagen en piedra de la Virgen, y a sus pies aquella inveterada plegaría: “Si quieres que tu dolor / se convierta en alegría / no te pases pecador / sin decir Ave María”.

Al término de leer tan preciosa estrofa, un hecho sorprendente acaeció en mi trémula anatomía.

Un niño, de apenas ocho años, era el que se encontraba atravesando el largo y bello claustro gótico, mientras se deleitaba con el florido y enrejado jardín, de verdes y enhiestos árboles, y acariciaba sus tímpanos con el dulce trinar de los pájaros y el bullicioso revolotear de la golondrina en aquella temprana y azulada mañana estival.

Un silencio imponente reinaba dentro de las hermosas y nobles naves, solamente alterado por el chisporreteo de algunas velas en las capillas y el susurrar de prolongados rezos en aquellas mujeres y ancianas enlutadas.

En la grata y luminosa sacristía, me aguardaba sonriente, recreándose en las volutas de su primer cigarro matutino, mi tío Marcos. Ese Sacerdote sencillo y erudito, pleno de corrección y cordialidad, querido por todos, Don Marcos Hidalgo Sierra, el que gustaba aposentarse en los escaños de la Plaza de Santa María y dialogar con personas de variada índole social que a él se llegasen, comenzaba a revertirse con empaque y parsimonia para celebrar la Eucaristía, la primera Misa de aquel esplendoroso día, a la que yo tenía el honor y placer de ayudarle, recreándome en la solemnidad y perfecta vocalización con que adornaba sus bien timbradas frases y oraciones en latín.

Continúo en la Iglesia Mayor, mas esta vez todo de blanco, recibiendo al Señor, por vez primera, y bajo la divina protección de nuestra Patrona del alma, perfumando su estancia, su capilla recoleta, con el refulgente destello de su dulce mirar.

El tiempo transcurre y aquel niño va creciendo en edad y estatura, a medida que van sucediéndose toda clase de religiosos eventos y celebraciones litúrgicas: Misioneros abnegados… Rosarios de la aurora… Festividad de las espigas… La Candelaria… Novenas… Triduos… Fiestas de Cofradías… Procesiones… Corpus… Octava… Cristo de Medinaceli… Desfile interminable de gentes en su visita diaria y entrañable a la Patrona…

Y luego… la llegada y entrega total a su Ministerio y a su Parroquia de los hermanos García Hidalgo, siempre pendientes de su feligresía, atentos, humildes, simpáticos conversadores, Don Diego y Don Manuel, Presbíteros ejemplares que supieron grangearse la infinita amistad de cuantos ubetenses se acercaban al amparo y calor de sus impolutas sotanas.

Y la fervorosa novena a nuestra Virgen de Guadalupe, salpicada de melódicos acentos, con aromas de incienso y cera…

Y aquellos sermones inolvidables y magistrales que dedicara a nuestra “Chiquitilla del Gavellar” un predicador excepcional, Don Jerónimo Bernabeu Oset, de oratoria clarividente, de elegante apostura, manteniendo la permanente atención de los numerosos fieles, desde aquel secular púlpito, lugar preferente que, lamentablemente, fue quedando en el olvido…

Y tantos… y tantos oradores sagrados que supieron cantar las excelencias de Nuestra Señora, de Nuestro Padre Jesús Nazareno, del Santísimo Cristo de la Caída, del Santo Entierro de Cristo y Santo Sepulcro.

Y la Misa dominical de doce y media… Y las Misas vespertinas… Y el semblante patético del “Cristo de los Toreros”… Y la antiquísima portada románica, por donde apareciese, victorioso y triunfal, el Monarca Fernando III…

Una palmada en mi hombro hízome volver de la abstracción en que me hallaba inmerso.

Aquel amigo, con voz entrecortada, me musitó al oído: ¡Que pena! ¿Cuándo volveremos a entrar por esas puertas?

Yo esboce una leve sonrisa, impregnado de tristeza, y continué paseando, con Santa María en el recuerdo.