Recuerdo que había un flujo de personas que se acercaban por las tardes a Santa María por el placer de encontrarse, de reconocerse como paisanos, mientras visitaban la iglesia o a la Patrona o a Jesús Nazareno. Hábitos de peregrinos de aceras, de gentes que apoyaban sus vidas en la de esa iglesia, como si el edificio los convocara y pudiera darles lo que no tenían. Ni siquiera era una costumbre sino una especie de ceremonia de identificación con la memoria del lugar, porque Santa María representa un río de tiempo que arranca con las raíces de la ciudad y, en su solar, se han levantado las mejores concreciones de las culturas que han hecho a Úbeda. Un espacio igual a un inmenso folio de piedra donde escribir los signos del arte, proclamar a la ciudad y negar la fugacidad y el olvido.
No sé exactamente hasta qué punto la sociedad civil ha crecido en mi pueblo, y en qué grado mis paisanos se socializan a partir no solo del pasado sino ejerciendo su protagonismo para adueñarse del futuro, pero, en todo caso, es inquietante la reciente historia de la iglesia de Santa María. Los últimos veintiocho años ha estado cerrada, corrigiendo la caída de sus pilares y sus graves deficiencias de cimentación. En ese tiempo, nos hemos gastado en su rehabilitación seis millones de euros los andaluces (la Consejería de Cultura) para poder volverla abrir a los ciudadanos, pero resulta que, aunque no lo sabíamos, lo que hemos hecho es pagar para que nos vuelvan hacer pagar, si es que queremos visitar lo que moralmente es y ha sido siempre nuestro.
La decisión del obispado, dueño meramente legal de Santa María, de cobrar entrada por ver nuestro patrimonio es muy próxima a cualquier operación de socializar las pérdidas. ¿No les recuerda a la reflotación con dinero público de Bankia y de tantos otros bancos hundidos por la mala gestión privada? Que te cobren un peaje de cuatro euros por entrar en un iglesia reconstruida con tus presupuestos ¿no es alarmantemente parecido al repago en Sanidad?
Soy de los que piensan que la Iglesia hace la función benéfica de meter energía y optimismo en los creyentes mientras les arranca la soledad metafísica. No es poco. Pero para que la Iglesia sea creíble y, antes de que la sociedad civil se lo imponga, debe dejar claro que es una comunidad espiritual tejida con el entusiasmo solidario de los creyentes y, por ello, debe lustrar ese orgullo con la autofinanciación. Es verdad que Cáritas y los otros grupos de ayuda social católicos tienen derecho a ayudas y exenciones, pero también que la Iglesia no es una empresa pública por las mismas razones que dictan que la fe es un sentimiento individual o que cualquier proselitismo de los sentimientos no tiene cabida en el sistema educativo.
El empobrecimiento que está ocasionando la crisis a los más débiles bien merecería un gesto de generosidad de los que más tienen, como abrir de par en par Santa María para que vuelva a ser otro de los pretextos de peregrinación por el hermoso patrimonio de Úbeda.
Salvador Compán es escritor
Fuente: Diario Jaén.
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