Diego García Hidalgo encargó una nueva custodia para Santa María, pagada por los feligreses y réplica casi exacta de la que doña María de Molina enviara desde Versalles en 1672. Pero carece esa nueva custodia de la finura, de la elegancia, del policromado, de aquella joya original. Y carece, claro está, de esa impresionante colección de piedras preciosas que convirtieron a la joya de doña María en la más codiciada y valiosa de las joyas existentes en la diócesis de Jaén.
La historia y la leyenda -o la historia legendaria- dicen que nació en Úbeda, en el seno de una familia humilde, una niña llamada María de Molina a la que bautizarían en la parroquia del Sagrario de Santa María. Y cuenta el relato que gozaba la niña de una voz verdaderamente prodigiosa, de la que se enamoró la duquesa de Camarasa. Tanto, que pidió autorización a sus padres para poder llevarse a la niña a la Corte de Felipe IV, a lo que accedieron, claro, porque eso suponía huir de la miseria rampante en la que por entonces vivían los pueblos de Jaén. Al llegar a la Corte -allí conocería doña María de Molina a Velázquez y a Mari Bárbola y a Nicolasito Pertusato y a los grandes de España y a.-, la ubetense pasa a ser nada menos que azafata de la infanta María Teresa, a la que ya para siempre ligaría su vida. Tanto, que cuando la hija de Felipe IV parte hacia la Isla de los Faisanes, para ser entregada en matrimonio al rey de Francia, la ubetense la acompaña y con ella llega hasta la Corte de Versalles.
Y allí, en el que, firmada la paz entre una España derrotada y una Francia victoriosa, era el nuevo centro del poder del mundo, doña María de Molina encandila con su voz a Luis XIV, que un día, maravillado, le ofrece lo que desee como premio a su voz. Pidió la dama la custodia que había en la capilla de Versalles, para enviarla a su pueblo natal, al lugar en que había sido bautizada, para mayor veneración del Santísimo Sacramento, y el Rey Sol accedió. Hasta aquí llegan la historia y la leyenda.
Luego, comienzan a hablar los protocolos notariales, las cartas, los papeles. Por ellos, sabemos que la impresionante joya fue enviada a Madrid a comienzos de 1672, donde quedó bajo la custodia del Alcalde de Casa y Corte, don Juan del Corral y Paniagua, caballero de Santiago y del Consejo de Su Majestad. Avisa este al Cabildo de Santa María de la llegada de la Custodia, y el 3 de mayo de 1672 se lee la carta jubilosa en la sesión del Cabildo, que el 28 del mismo mes comisiona al canónigo Diego Hermosa Rivilla para que se traslade a Madrid y volviera con la Custodia que había enviado doña María.
Una joya de valor muy calculado
El 22 de junio, el canónigo está de regreso en Úbeda, dando cuenta del contrato y recibo que tuvo que firmar para recoger la joya, que viene acompañada de un cargo de veintiocho misas que deberían cantarse durante veintiocho jueves del año, como fiesta en honor del Santísimo Sacramento, según deseo expreso de doña María de Molina. Entrega también la escritura en la que consta la tasación de la joya que ha hecho durante la estancia de la misma en Madrid el platero Juan Bautista Villarro: la joya se había valorado nada menos que en 8.000 ducados de plata, más otros 2.000 correspondientes a las hechuras y plata de la custodia. ¡10.000 ducados de plata! ¡El equivalente, aproximado, a más de 55.000 jornales de un peón de albañil de la época! ¡El precio de más de 400.000 kilos de pan!
Santa María de los Reales Alcázares ha sido, desde antiguo, un templo constantemente amenazado de ruina. Y la custodia de Versalles fue, desde bien pronto, una tentación constante para el Cabildo, que tentó la suerte de venderla para acometer obras en la fábrica del templo. En mayo de 1699 confluyen dos circunstancias extraordinarias que parecen no tener otro fin posible que la venta de la Custodia: por un lado, en el incendio de la catedral de Baeza se habían perdido casi todos sus ornamentos, y el cabildo catedralicio tienta la compra de la fastuosa joya; por el otro, Santa María de Úbeda necesita una intervención urgente y el Cabildo Colegial pide autorización al Obispo para proceder a la venta. Casi estaba cerrado el trato, y el 9 de mayo se somete a votación la venta. Cuando seis canónigos habían votado a favor, la pasión del canónigo ubetense Diego Chirino de Narváez y los argumentos jurídicos de otros -que defienden la imposibilidad de enajenar el bien donado por doña María al Cabildo y no a la fábrica de la Colegial, y que alegan que no puede venderse, por lo tanto, para acometer obras en el templo-, frenan el proceso y la custodia, la rica y bellísima custodia francesa, se queda en la Colegiata ubetense. (Si lo pensamos fríamente, no alcanzamos a entender por qué cuando los franceses ocupan España y saquean los templos y conventos ubetenses, no se apropian de la custodia y la mandan de vuelta a Francia: ¿la escondieron, entonces, los diligentes canónigos de Santa María?).
La Custodia de doña María de Molina debió padecer, a lo largo del tiempo, el expolio de muchas de las casi mil piedras preciosas que la adornaban. Y no pudo sobrevivir a los primeros días de la Guerra Civil: desapareció entonces, cuando el día de Santa Ana de 1936, Santa María fue asaltada, ante la impotencia de la autoridad pública. Andados los años, el párroco de Santa María -Diego García Hidalgo- encargó una nueva custodia para Santa María, pagada por los feligreses y réplica casi exacta de la que doña María de Molina enviara desde Versalles en 1672. Pero carece esa nueva custodia de la finura, de la elegancia, del policromado, de aquella joya original. Y carece, claro está, de esa impresionante colección de piedras preciosas que convirtieron a la joya de doña María en la más codiciada y valiosa de las joyas existentes en la diócesis de Jaén.
1672. La Custodia de Versalles.
16.05.10 - 02:41 - MANUEL MADRID DELGADO.
Ideal Digital.
El 26 de julio de 1936 desaparecía una de las joyas más fastuosas que existían en la provincia de Jaén: la custodia francesa de la antigua Colegiata de Santa María de los Reales Alcázares de Úbeda. «Una custodia de oro y plata sobredorada esmaltada de colores que es un Sol en el que hay setecientos y zinquenta y zinco diamantes jaquelados y tablas y ciento doze rubies, cinco çafiros blancos puestos en lugar de diamantes y en el pié de la peana que se forma de tres ángeles de escultura de plata con sobrepuestos de oro esmaltado, de colores, y en los que ay doscientos y treinta diamantes jaquelados y zinquenta y tres rubíes y un jacinto de treinta quilates de azea», según se describía en un documento de 20 de mayo de 1699. «La Custodia es de primorosa labor gótico-bizantina, que admira á cuantos la contemplan. Respecto á las piedras preciosas que tenía, según su aprecio, dudamos que las conserve», escribió Ruiz Prieto en su 'Historia de Úbeda', doscientos años después y casi cuarenta antes de que la custodia desapareciera. Pero. ¿cómo llegó esa joya verdaderamente fastuosa, de la que sólo se conservan algunas fotografías, hasta Úbeda?...
Algún día debería escribirse la historia del Jaén alucinado y alucinante, un fresco de la vida en esta tierra durante el Renacimiento y el Barroco, un retrato vívido de milagros, supersticiones, pintores, frailes, monjas, beatos, nobles, criadas. o azafatas de voz prodigiosa que ganan para sí la más hermosa joya de la capilla del Rey de Francia. Tal vez sólo así podamos llegar a comprender que lo que de entrada aparece revestido con auras de leyenda tiene, en el fondo, una íntima conexión con la realidad del momento. Porque en el caso de la desaparecida custodia de Úbeda puede difícil resultar discernir la leyenda o el mito de la historia, salvo que se entiende que toda leyenda es un reverso poético de la historia. Reconstruyamos, pues, los datos fragmentarios que sobre esa joya francesa nos han llegado.
16.05.10 - 02:41 - MANUEL MADRID DELGADO.
Ideal Digital.
El 26 de julio de 1936 desaparecía una de las joyas más fastuosas que existían en la provincia de Jaén: la custodia francesa de la antigua Colegiata de Santa María de los Reales Alcázares de Úbeda. «Una custodia de oro y plata sobredorada esmaltada de colores que es un Sol en el que hay setecientos y zinquenta y zinco diamantes jaquelados y tablas y ciento doze rubies, cinco çafiros blancos puestos en lugar de diamantes y en el pié de la peana que se forma de tres ángeles de escultura de plata con sobrepuestos de oro esmaltado, de colores, y en los que ay doscientos y treinta diamantes jaquelados y zinquenta y tres rubíes y un jacinto de treinta quilates de azea», según se describía en un documento de 20 de mayo de 1699. «La Custodia es de primorosa labor gótico-bizantina, que admira á cuantos la contemplan. Respecto á las piedras preciosas que tenía, según su aprecio, dudamos que las conserve», escribió Ruiz Prieto en su 'Historia de Úbeda', doscientos años después y casi cuarenta antes de que la custodia desapareciera. Pero. ¿cómo llegó esa joya verdaderamente fastuosa, de la que sólo se conservan algunas fotografías, hasta Úbeda?...
Algún día debería escribirse la historia del Jaén alucinado y alucinante, un fresco de la vida en esta tierra durante el Renacimiento y el Barroco, un retrato vívido de milagros, supersticiones, pintores, frailes, monjas, beatos, nobles, criadas. o azafatas de voz prodigiosa que ganan para sí la más hermosa joya de la capilla del Rey de Francia. Tal vez sólo así podamos llegar a comprender que lo que de entrada aparece revestido con auras de leyenda tiene, en el fondo, una íntima conexión con la realidad del momento. Porque en el caso de la desaparecida custodia de Úbeda puede difícil resultar discernir la leyenda o el mito de la historia, salvo que se entiende que toda leyenda es un reverso poético de la historia. Reconstruyamos, pues, los datos fragmentarios que sobre esa joya francesa nos han llegado.
La historia y la leyenda -o la historia legendaria- dicen que nació en Úbeda, en el seno de una familia humilde, una niña llamada María de Molina a la que bautizarían en la parroquia del Sagrario de Santa María. Y cuenta el relato que gozaba la niña de una voz verdaderamente prodigiosa, de la que se enamoró la duquesa de Camarasa. Tanto, que pidió autorización a sus padres para poder llevarse a la niña a la Corte de Felipe IV, a lo que accedieron, claro, porque eso suponía huir de la miseria rampante en la que por entonces vivían los pueblos de Jaén. Al llegar a la Corte -allí conocería doña María de Molina a Velázquez y a Mari Bárbola y a Nicolasito Pertusato y a los grandes de España y a.-, la ubetense pasa a ser nada menos que azafata de la infanta María Teresa, a la que ya para siempre ligaría su vida. Tanto, que cuando la hija de Felipe IV parte hacia la Isla de los Faisanes, para ser entregada en matrimonio al rey de Francia, la ubetense la acompaña y con ella llega hasta la Corte de Versalles.
Y allí, en el que, firmada la paz entre una España derrotada y una Francia victoriosa, era el nuevo centro del poder del mundo, doña María de Molina encandila con su voz a Luis XIV, que un día, maravillado, le ofrece lo que desee como premio a su voz. Pidió la dama la custodia que había en la capilla de Versalles, para enviarla a su pueblo natal, al lugar en que había sido bautizada, para mayor veneración del Santísimo Sacramento, y el Rey Sol accedió. Hasta aquí llegan la historia y la leyenda.
Luego, comienzan a hablar los protocolos notariales, las cartas, los papeles. Por ellos, sabemos que la impresionante joya fue enviada a Madrid a comienzos de 1672, donde quedó bajo la custodia del Alcalde de Casa y Corte, don Juan del Corral y Paniagua, caballero de Santiago y del Consejo de Su Majestad. Avisa este al Cabildo de Santa María de la llegada de la Custodia, y el 3 de mayo de 1672 se lee la carta jubilosa en la sesión del Cabildo, que el 28 del mismo mes comisiona al canónigo Diego Hermosa Rivilla para que se traslade a Madrid y volviera con la Custodia que había enviado doña María.
Una joya de valor muy calculado
El 22 de junio, el canónigo está de regreso en Úbeda, dando cuenta del contrato y recibo que tuvo que firmar para recoger la joya, que viene acompañada de un cargo de veintiocho misas que deberían cantarse durante veintiocho jueves del año, como fiesta en honor del Santísimo Sacramento, según deseo expreso de doña María de Molina. Entrega también la escritura en la que consta la tasación de la joya que ha hecho durante la estancia de la misma en Madrid el platero Juan Bautista Villarro: la joya se había valorado nada menos que en 8.000 ducados de plata, más otros 2.000 correspondientes a las hechuras y plata de la custodia. ¡10.000 ducados de plata! ¡El equivalente, aproximado, a más de 55.000 jornales de un peón de albañil de la época! ¡El precio de más de 400.000 kilos de pan!
Santa María de los Reales Alcázares ha sido, desde antiguo, un templo constantemente amenazado de ruina. Y la custodia de Versalles fue, desde bien pronto, una tentación constante para el Cabildo, que tentó la suerte de venderla para acometer obras en la fábrica del templo. En mayo de 1699 confluyen dos circunstancias extraordinarias que parecen no tener otro fin posible que la venta de la Custodia: por un lado, en el incendio de la catedral de Baeza se habían perdido casi todos sus ornamentos, y el cabildo catedralicio tienta la compra de la fastuosa joya; por el otro, Santa María de Úbeda necesita una intervención urgente y el Cabildo Colegial pide autorización al Obispo para proceder a la venta. Casi estaba cerrado el trato, y el 9 de mayo se somete a votación la venta. Cuando seis canónigos habían votado a favor, la pasión del canónigo ubetense Diego Chirino de Narváez y los argumentos jurídicos de otros -que defienden la imposibilidad de enajenar el bien donado por doña María al Cabildo y no a la fábrica de la Colegial, y que alegan que no puede venderse, por lo tanto, para acometer obras en el templo-, frenan el proceso y la custodia, la rica y bellísima custodia francesa, se queda en la Colegiata ubetense. (Si lo pensamos fríamente, no alcanzamos a entender por qué cuando los franceses ocupan España y saquean los templos y conventos ubetenses, no se apropian de la custodia y la mandan de vuelta a Francia: ¿la escondieron, entonces, los diligentes canónigos de Santa María?).
La Custodia de doña María de Molina debió padecer, a lo largo del tiempo, el expolio de muchas de las casi mil piedras preciosas que la adornaban. Y no pudo sobrevivir a los primeros días de la Guerra Civil: desapareció entonces, cuando el día de Santa Ana de 1936, Santa María fue asaltada, ante la impotencia de la autoridad pública. Andados los años, el párroco de Santa María -Diego García Hidalgo- encargó una nueva custodia para Santa María, pagada por los feligreses y réplica casi exacta de la que doña María de Molina enviara desde Versalles en 1672. Pero carece esa nueva custodia de la finura, de la elegancia, del policromado, de aquella joya original. Y carece, claro está, de esa impresionante colección de piedras preciosas que convirtieron a la joya de doña María en la más codiciada y valiosa de las joyas existentes en la diócesis de Jaén.
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