Esto era románico. Pero, verá usted; a principios del XVI, un obispo, entusiasta del gótico, levantó las ojivas, con bóveda de crucería, del claustro. Foto Vbeda.com.
Santa María De Los Reales Alcázares.
Cuando El Tiempo Se Cansa…
Artículo publicado por Juan Pasquau Guerrero.
En (A B C, 4 Junio de 1960)
La decoración de una mutilada imposta románica trae al claustro una primavera lejana; una primavera que se hizo para siempre piedra silenciosa. Pero aquí la imposta es un producto de saldo de esas liquidaciones apresuradas que las reformas artísticas decretan en los monumentos…
Esto era románico. Pero, verá usted; a principios del XVI, un obispo, entusiasta del gótico, levantó las ojivas, con bóveda de crucería, del claustro.
Y la remota plasmación románica quedó ahí como testimonio –como documento- un poco amedrentada y confinada, pagando su vasallaje… Y precisamente encima, ahora, de una láurea renacentista colocada después.
Pero es claustro es acogedor, pequeño, silencioso. La imposta románica, las ojivas, la láurea renacentista, el mismo encalado de los muros conviven al fin apacible en un fervor, en un anhelo de belleza. El claustro tiene un recodo y, al fondo, aparece el templo. Al costado del claustro hay un jardín abandonado. (Su pozo de brocal de mármol. Sus árboles. Sus pájaros…) Descienden desde la torre las campanadas el Ángelus y ya, para entonces, el claustro se ha matizado, umbroso, de modestias: habrá apagado lentamente su esplendor dorado, la vieja exultación de la piedra oferente contagiada de liturgias, entre un perfume de violetas distantes. Pero antes, en la mañana radiosa, tuvo su horoa jocunda; dibujaba el sol sus arabescos en el enlosado vetusto; el órgano próximo traía su viento herido, su trémulo fragor suplicante; un vuelo de insectos ebrios zumbaba germinales euforias sobre los epitafios ilegibles –recuerdos de recuerdos- del buen beneficiado que un día…
En (A B C, 4 Junio de 1960)
La decoración de una mutilada imposta románica trae al claustro una primavera lejana; una primavera que se hizo para siempre piedra silenciosa. Pero aquí la imposta es un producto de saldo de esas liquidaciones apresuradas que las reformas artísticas decretan en los monumentos…
Esto era románico. Pero, verá usted; a principios del XVI, un obispo, entusiasta del gótico, levantó las ojivas, con bóveda de crucería, del claustro.
Y la remota plasmación románica quedó ahí como testimonio –como documento- un poco amedrentada y confinada, pagando su vasallaje… Y precisamente encima, ahora, de una láurea renacentista colocada después.
Pero es claustro es acogedor, pequeño, silencioso. La imposta románica, las ojivas, la láurea renacentista, el mismo encalado de los muros conviven al fin apacible en un fervor, en un anhelo de belleza. El claustro tiene un recodo y, al fondo, aparece el templo. Al costado del claustro hay un jardín abandonado. (Su pozo de brocal de mármol. Sus árboles. Sus pájaros…) Descienden desde la torre las campanadas el Ángelus y ya, para entonces, el claustro se ha matizado, umbroso, de modestias: habrá apagado lentamente su esplendor dorado, la vieja exultación de la piedra oferente contagiada de liturgias, entre un perfume de violetas distantes. Pero antes, en la mañana radiosa, tuvo su horoa jocunda; dibujaba el sol sus arabescos en el enlosado vetusto; el órgano próximo traía su viento herido, su trémulo fragor suplicante; un vuelo de insectos ebrios zumbaba germinales euforias sobre los epitafios ilegibles –recuerdos de recuerdos- del buen beneficiado que un día…
En el claustro el tiempo se ha cansado. Cuando el tiempo se cansa, cuando se queda quieto en estos rincones sedantes de los pueblos, ¡qué receptáculo de belleza resulta! Foto Baras.
-Aquí – prosigue, incansable, el guía- yacen los restos de un famoso eclesiástico de este templo colegial. Chantre por lo menos debió sr, porque…
Quietud. Olor de mansedumbre. Yo no sé si, también, una levedad de salobre nostalgia para que la paz fermente; para que no sea una paz sin alma, aséptica e inerte.
¿Dice usted que en el siglo dieciséis…?
Elevan las ojivas su cántico, su seguridad de esperanza. Por encima de las rosas y del tiempo. Y, ¿ qúe es el tiempo después de todo? Nada. Una mariposa ha pasado por delante de la tablilla en que se fijan los anuncios de los novenarios. En el claustro el tiempo se ha cansado. Cuando el tiempo se cansa, cuando se queda quieto en estos rincones sedantes de los pueblos, ¡qué receptáculo de belleza resulta!
¿Tiene mucha historia este claustro?
-Precisamente aquí –el guía señala, interesadísimo, una arcada- se abría una puerta que comunicaba con la muralla de la ciudad. Por ella dicen que entró Fernando III cuando la Conquista. Y esto, antes de ser tmplo cristiano fue Aljama…
En los días grises, cuando el plomo invernal pese sobre las espadañas de la iglesia, la niebla ascenderá entre las ojivas, rezumarán doliente humedad los pilares.
Y la tos de los mendigos que aguardan la salida de la misa temprana germinará acusadora en sombrías resonancias.
-Esta hornacina ante la que puede contempla un farol dieciochesco…
En los estíos ardientes, a la hora voluptuosa de la siesta, el claustro tendrá un frescor de eternidad. Se desmadejará el bronco -triste- clamor de los sentidos frenéticos en este recinto cuajado de serenidades.
-…Fue a mediados del diecinueve. No existió hasta entonces esta baranda de forja. Como puede observar por las señales, este muro tenía una prolongación, que, a la izquierda…
Hay como un sosiego lustral. Una armonía, una música que no han creado los siglos. Una emoción nueva, ¡tan antigua!... La plegaría se siente llegar. Se adivina como un manantial, como un venero limpio. El alma estaba polvorienta: había olvidado sus cítaras y sus azucenas. Estaba el alma con sabor de arena en los labios. Y ahora, de pronto, siente, bajo las ojivas, la inminencia de una extraña, maravillosa
-En el templo –prosigue el guía- encontrará usted dos famosas verjas del maestro Bartolomé, un cuadro de Machuca, una capilla renaciente en que puede admirarse una imagen del inolvidable artista…
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