Iglesia de Santa María de los Reales Alcázares.
Por Ramón Molina Navarrete.
Si miro su perfil te me sostienes
a golpes inexactos de almanaques.
Ni se sabe tu cuna. Desde siempre,
el hombre puso en ti su mar de sangre,
su esperanza sin nombre, su alma entera…
No hay nada más que ver tu hondura árabe
en conjunción de estilos sobre cruces
para saber qué ocultas, para darse
uno cuenta que puede cada piedra
deshacerse en la rueda del instante,
pero que nunca nadie impedirá,
por más que la apatía con su llave
te cierre y busque el cambio de tus formas,
que Dios conserve en ti, así, impecable,
su alforja hecha de sueños, su cayado,
sus sandalias de paz y su equipaje.
Por eso, cuando miro tu perfil
de espadañas meciéndose en el aire,
me siento renacer hacia el pasado,
y vuelvo a ver al niño que era antes
pasar por este claustro Ave María
tan gótico, tan único, cruzándome
con hombres y mujeres de otras épocas,
de otros siglos, eternos ya, constantes,
porque nunca ninguno que te anduvo,
que bebió de tu fuente de cristales,
que te abrazó, que oró en ti, pese al tiempo,
ha dejado jamás de visitarte.
Y aquí me quedaré, junto a la sombra
del ciprés que murió, del pozo que alguien
abrió para la sed de la nostalgia.
Aquí, para sentirme entre tu enclave,
en ti, Santa María –colegial,
la mayor, la más noble, la más grande…-,
presente eternidad, la voz sentida,
el verso que de amor se prende y arde.
Por Ramón Molina Navarrete.
Si miro su perfil te me sostienes
a golpes inexactos de almanaques.
Ni se sabe tu cuna. Desde siempre,
el hombre puso en ti su mar de sangre,
su esperanza sin nombre, su alma entera…
No hay nada más que ver tu hondura árabe
en conjunción de estilos sobre cruces
para saber qué ocultas, para darse
uno cuenta que puede cada piedra
deshacerse en la rueda del instante,
pero que nunca nadie impedirá,
por más que la apatía con su llave
te cierre y busque el cambio de tus formas,
que Dios conserve en ti, así, impecable,
su alforja hecha de sueños, su cayado,
sus sandalias de paz y su equipaje.
Por eso, cuando miro tu perfil
de espadañas meciéndose en el aire,
me siento renacer hacia el pasado,
y vuelvo a ver al niño que era antes
pasar por este claustro Ave María
tan gótico, tan único, cruzándome
con hombres y mujeres de otras épocas,
de otros siglos, eternos ya, constantes,
porque nunca ninguno que te anduvo,
que bebió de tu fuente de cristales,
que te abrazó, que oró en ti, pese al tiempo,
ha dejado jamás de visitarte.
Y aquí me quedaré, junto a la sombra
del ciprés que murió, del pozo que alguien
abrió para la sed de la nostalgia.
Aquí, para sentirme entre tu enclave,
en ti, Santa María –colegial,
la mayor, la más noble, la más grande…-,
presente eternidad, la voz sentida,
el verso que de amor se prende y arde.
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